Afortunadamente no he tenido fatiga más que en una época muy concreta de mi enfermedad y hace ya muchos años, pudiendo hablar de una fatiga más aguda que crónica. Aun así, no se me olvidarán nunca todas aquellas sensaciones y la impotencia y malestar general (imposible de entender por los demás) que la fatiga me trajo durante algunos meses.
Tanto es así que después de haber tenido casi toda la variedad de síntomas habidos y por haber, aquel recuerdo de fatiga aún hoy continúa siendo una de las sensaciones más desagradables de mi enfermedad. No se me olvidará el suplicio que suponía recorrer el trayecto a primera hora de la mañana de casa a la universidad: Cómo subir la cuesta hasta el metro era un auténtico esfuerzo, bajar las escaleras con esa sensación de ir a cámara lenta se hacía extraño y subir cuatro peldaños en el transbordo de Diego de León me suponía un mundo… Llegar a las 8:20 a la facultad y no tener fuerzas ni capacidad de atender a nada de lo que me contaran… ¡Como para estudiar algo luego!
Si a ello juntamos a la falta de sueño y debilidad muscular en general de aquellos brotes recientes, tuve que abandonar inmediatamente todas las asignaturas del cuatrimestre que se daban a primera hora de la mañana: por aquel entonces yo sólo era persona a partir de las 11h.
Contrariamente a lo que me intentaban hacer ver desde fuera, mi cuerpo no gestionaba un presupuesto de energía que se iba agotando a lo largo del día, por lo que las primeras horas de la mañana serían las mejores para las actividades de mayor demanda energética y debía reservarme las últimas horas para aquellas tareas más superfluas. Mi cuerpo gestionaba SU PROPIO PRESUPUESTO: Por la mañana empezaba muy cansado, después de comer remontaba y antes de cenar decaía de nuevo. Así que percibí la sutil invitación de mi cuerpo a cambiar mi ritmo de vida y a “escucharlo” un poco más: cambié el turno de la mañana de la universidad por el turno de tarde y descubrí qué actividades malgastaban mi energía y cuáles eran mucho más asequibles. Descubrí también que el ejercicio, que no deporte, a determinadas horas me tonificaba y sin embargo a otras me fatigaba. Y lo mismo sucedía con determinados tipos de comidas y alimentos.
Todavía hoy no creo que la fatiga sea un síntoma aislado de la enfermedad, sino que confluye con otros factores asociados a ella: estrés, ansiedad, debilidad muscular, dificultades para dormir, efectos secundarios de determinados medicamentos. Cualquier intento de abordarla sólo como un síntoma aislado será menos efectivo que entendiéndola en su conjunto.
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