La Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios (AEMPS) ha emitido en 2019 una nota informativa advirtiendo que el fingolimod (Gilenya) está contraindicado en mujeres embarazadas y en aquellas que no usen medidas anticonceptivas eficaces.
Comparto con vosotros algunas reflexiones:
Lo habitual es que durante el embarazo se aconseje no tomar medicamentos dada la posibilidad de que se produzcan efectos negativos sobre el feto, y así lo recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Gracias a que existen estudios y sistemas de monitorización y vigilancia, se pueden identificar los efectos teratogénicos de los fármacos y esto es lo que ha ocurrido con el fingolimod (Gilenya), que gracias a los registros que se han ido realizando se ha visto que tiene capacidad teratogénica.
El teratógeno es una sustancia, agente físico u organismo capaz de provocar malformaciones en el embrión o feto.
Un embrión o feto dentro del útero de la madre que está en tratamiento con fingolimod tiene riesgo de tener malformaciones congénitas. Las notificadas con mayor frecuencia han sido malformaciones cardiacas, renales y musculoesqueléticas. y el riesgo de desarrollarlas es de 2-3 fetos de cada 100.
Hasta ahora, debido a la ausencia de evidencia, un médico podría priorizar la salud de la madre y no aconsejar retirar el tratamiento con fingolimod (Gilenya) hasta la confirmación del embarazo. Actualmente, debido a esta información, los médicos advertimos a las mujeres en edad fértil sobre la necesidad de utilizar métodos anticonceptivos eficaces desde el inicio del tratamiento, mientras se esté tomando este, y hasta 2 meses después de haberlo finalizado, ya que tarda alrededor de dos meses en eliminarse del organismo.
Y… ¿Qué ocurre con el resto de los tratamientos?
No hay guías disponibles sobre qué hacer. La recomendación general es suspender el tratamiento antes de la concepción para minimizar el riesgo de daño fetal.
Actualmente el único fármaco que no tiene contraindicación durante el embarazo es el acetato de glatiramero (Copaxone), pero que no tenga contraindicación no quiere decir que esté indicado. Quiere decir que si la madre lo necesita se puede administrar, pero si no es estrictamente imprescindible no hay porqué administrarlo.
Ya hay algunos informes que sugieren que los interferones se pueden tomar a lo largo de todo el embarazo y que el natalizumab (Tysabri) se puede mantener hasta la semana 34 de embarazo.
Como ya comenté en mi post Deseo de maternidad, no se trata solo de que el bebé no salga malformado, si no de que no se produzcan en él o ella alteraciones moleculares que afecten a su salud futura.
¿Cuántos de nosotros conocemos la enfermedad que tenía o tuvo nuestra madre mientras nos estaba concibiendo? ¿Cuántos de nosotros sabemos los medicamentos que tomó? ¿Cómo podemos asegurar que lo que nos pasa ahora no sea una consecuencia de ello?
Lo mejor mientras se está formando un nuevo ser es evitar todo lo que pueda atentar contra su salud. Lo que ocurre es que hay enfermedades, como la esclerosis múltiple, en las que la mujer que está planificando un embarazo precisa administrarse fármacos para su propia salud. Entonces ¿qué hacemos? ¿Priorizamos la salud del nuevo ser o la de la madre?
La respuesta creo que está en manos de los padres.
Estas advertencias son también necesarias para el hombre que está en tratamiento con teriflunomida (Aubagio), alemtuzumab (Lemtrada) y cladribina (Mavenclad).
Los médicos, como el resto de la sociedad, estamos atrapados en el pensamiento único que dicta lo que es correcto o incorrecto, lo que hay que hacer o lo que no hay que hacer. Ahora todo nos lleva a tratar y el médico que no trata es mirado negativamente.
El método científico, la evidencia científica, no es de fiar. Los datos se manipulan por las farmacéuticas y por los que trabajan para ellas. Las investigaciones están sesgadas o incompletas y a los médicos nos engañan o nos dejamos engañar.
Estoy de acuerdo con lo que dice Peter Gøtzsche, biólogo, médico e investigador en temas de medicina:
“La gente ignora que los médicos tienen un gran desconocimiento sobre muchos fármacos, pues se limita a menudo a la información facilitada por las farmacéuticas. E ignora también que puede que el médico tenga motivaciones personales a la hora de elegir qué fármaco receta, y muchos de los delitos cometidos por las farmacéuticas han sido posibles gracias a la colaboración de los médicos”