Estudiaba COU en el Instituto Ramiro de Maeztu en Madrid con 18 años, y en verano pensé que podía ganar un dinero para sacarme el carnet de conducir.
Preguntando a mi gran amigo Juan R, de los pocos que conservo del Instituto, sobre dónde podía entrar a trabajar de una manera rápida, me dijo que en los supermercados DIA necesitaban gente para trabajar de cajero y reponedor de alimentos. Juan es genial porque tiene la habilidad de encontrar trabajo hasta debajo de las piedras.
Le pedí que me acompañara al supermercado de la calle Barceló del metro de Tribunal y me dijera lo que tenía que decir. Eran tiempos en los que no existía Internet ni tampoco los teléfonos móviles.
Nos dirigimos para allá, pedí a una cajera un impreso para rellenar una solicitud de trabajo y después de unos días de formación (creo que fueron 3) me puse a trabajar.
Después de un mes y medio trabajando, el 17 de agosto de 1996, al despertar de la siesta me di cuenta de que apenas podía ver con un ojo. Me fui a trabajar pensado que se me pasaría, pero cuando me puse en la caja a cobrar a los clientes, me di cuenta de que era incapaz de ver el ticket de compra con mi ojo derecho. Me restregaba el ojo y seguía sin poder ver.
Iba al baño a mojarme la cara y no veía más que luz y todo desenfocado. Asustado, fui a hablar con mi supervisora y al enterarse de lo que pasaba, me dijo que trabajara con el otro ojo.
Deseé con todas mis fuerzas que se me pasara, que terminara pronto el trabajo y volver a casa a contárselo a mis padres.
Después de varias pruebas médicas y de unas semanas de angustia y llantos, me acuerdo de estar en la consulta del hospital con mis padres y una neuróloga, Cristina R, preguntándome sí tomaba drogas y sí quería que estuviesen mis padres presentes para contestar a esa pregunta.
Diagnóstico final: esclerosis múltiple.
-¿Eso es grave, doctora?
-Según cómo evolucione, Pablo.
-¿Es contagioso, doctora?
-No Pablo, no es contagioso.
-Y… ¿me puedo morir?
-No Pablo, hay un señor que murió en un accidente de tráfico y al hacerle la autopsia descubrieron que tenía esclerosis múltiple y que nunca lo supo.
-Y… entonces… ¿por qué está tan seria y me mira con esa cara?
-Ojalá me equivoque Pablo, pero lo que tú tienes… no es nada bueno.
Esto es lo último que recuerdo del primer día que cambió mi vida.
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Fotografía de Tony Detroit en Unsplash